Del tópico de la Galicia individualista

De entre todos los tópicos con los que se suele explicar Galicia, el individualismo es, sin duda, uno de los que se presenta con más frecuencia y mayor fortaleza. También de los más nocivos, por su poder paralizante. “No te esfuerces, los gallegos somos así…”. “Siempre igual, cada uno con su finquita…”. ¿Cuántas veces no habremos escuchado expresiones como estas? Su capacidad explicativa parece total, y ahí reside la gravedad del asunto: es un mantra perfecto que acaba por evitar los análisis y explicaciones complejas, por impedir el debate serio y por minar, ya de partida, las posibles soluciones, sea cual sea el problema que se trate. Y lo hace porque toma carta de naturaleza genética. El individualismo parece ser, paradójicamente, un elemento central de nuestra personalidad colectiva, una parte esencial de nuestra idiosincrasia. Y contra uno mismo no se puede luchar.

Origen y desarrollo del tópico

Encuadrada bajo el paraguas del atraso, otro tópico que ofrece una visión totalizadora de la sociedad gallega [1], y con frecuencia presentada como una de las principales causas de este, la noción del gallego individualista encuentra su origen en la percepción negativa del mundo rural, de su hábitat disperso y de la forma de propiedad y gestión de la tierra más común en Galicia, el minifundismo, cuestión a la que dedicaremos un artículo próximamente. De hecho, la referencia más antigua que encontramos en la prensa gallega a nuestro individualismo natural, publicada en 1851, va en esta línea. En un artículo del quincenal El Eco de Galicia se presenta la ocupación del rural como un problema que se explica por el “individualismo material” que caracteriza las aldeas gallegas, y se afirma que “esta solidaridad retraída (…) es la base del carácter gallego y la expresión exacta y valedera de su retraimiento a la amalgama, a la fusión, a la mutua cooperación” [2].

A lo largo de los tiempos, el tópico del individualismo demostró su vigor en la resistencia a toda crítica, pero también en su capacidad de adaptación. En un país históricamente de labriegos como el nuestro, los prejuicios asociados al mundo rural acabaron por tener aplicación para el conjunto de la sociedad gallega. Es lo que ocurrió, también, con la noción de atraso. El análisis de la prensa, que suele ser un buen termómetro de la prevalencia de los tópicos y de los lugares comunes, nos muestra como en los últimos dos siglos han recurrido al individualismo natural de los gallegos analistas de signo diverso [3], elementos de las élites políticas y culturales de todo el espectro ideológico [4] y también miembros del común de la sociedad [5]. Y lo hicieron para los usos más dispares.

Si a principios del siglo XX se echaba mano de este concepto para celebrar el mérito de la Federación Agropecuaria del Norte Galaico, asociación de labriegos del norte de Lugo que “ha tenido la virtualidad de vencer el individualismo gallego, tan arraigado en el labrador, y convencerle de que en la asociación está su mejoramiento y su porvenir” [6], cien años más tarde servía para celebrar los éxitos del equipo ciclista Xacobeo, que en la Vuelta Ciclista a España de 2010 fue capaz de “desterrar el tópico del individualismo gallego, de la dispersión patológica” [7]. En las últimas décadas, el individualismo gallego ha sido colocado como hándicap en la creación de empresas competitivas [8] o como causa explicativa de la crisis del sector naval ferrolano [9]. Son sólo algunos ejemplos de una lista que sería interminable. Mismo el actual presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, afirmaba lo siguiente en una entrevista para La Voz de Galicia, pocos meses después de su primera victoria en las elecciones de 2009: “Creo que los gallegos somos muy individualistas. Nuestra estructura social, la forma de entender la vida, lo demuestran. Nos gusta vivir de forma dispersa. A los alemanes también, pero ellos tienen un país acabado, ordenado, y nosotros, no.” [10]

Cambiaron los tiempos, las voluntades. El país se parece bastante poco a lo que retrataban las publicaciones del XIX o a lo que estudiaban los galeguistas en pleno franquismo. Sin embargo, las citas que recogemos a lo largo de dos siglos suenan bien recientes. Ahí está la fuerza del tópico. Mas nuestra responsabilidad es confrontarlo mediante el estudio, y la Historia nos dota de muchas herramientas para hacerlo.

El rural: un mundo construido desde lo común

Es precisamente en el origen del tópico donde reside su falsedad. Las investigaciones realizadas en las últimas décadas en el marco del grupo HISTAGRA vienen demostrando, desde diferentes perspectivas, por qué el rural gallego no encaja en esta caracterización individualista e insolidaria [11]. Bien lejos de idealizaciones, estamos en condiciones de afirmar que el modo de ordenación endógena del territorio, construido desde lo local y que dio lugar a una agricultura familiar a pequeña escala, favorece la cooperación. Incluso obliga a la cooperación, porque esta es imprescindible. De hecho, los altos niveles de productividad de las pequeñas explotaciones galleas durante los siglos XVIII y XIX no se entienden sin la existencia de amplios espacios comunales, muchos de los cuales llegan a nuestros días en forma de Montes Vecinales en Mano Común gracias a la resiliencia histórica de las comunidades. En el análisis de nuestro pasado, la pequeña propiedad no se puede entender, en definitiva, si no entendemos la fortaleza de la comunidad. Y la fortaleza de la comunidad, como bien sabemos, impregnaba también la organización de las distintas esferas de la vida social, desde el trabajo a la fiesta.

Más allá de la organización comunitaria en cada aldea, los labriegos gallegos han demostrado una gran capacidad de asociación también en el plano formal. Podemos hablar, durante las décadas previas al golpe de Estado de julio del 36, del auge de mutuas ganaderas y de las sociedades agrarias, que incluso dieron pie a la compra colectiva de maquinaria o a la organización cooperativa para la producción y comercialización. También de las asociaciones de emigrantes, a través de las que los vecinos que estaban fuera contribuían para la mejora de sus lugares de origen, por ejemplo, fundando escuelas. Un buen ejemplo de esto lo tenemos en Laíño (Dodro), uno de nuestros casos de estudio. Como lugar de memoria de su pasado en común está en pie el centro educativo Sociedad de Agricultores de las Tres Parroquias de Dodro, hoy Casa de la Cultura del ayuntamiento.

Centro educativo Sociedad de Agricultores de las Tres Parroquias de Dodro, hoy Casa de la Cultura del ayuntamiento. Imagen Consello da Cultura Galega

La desintegración del mundo rural y, a la vez, de las comunidades que lo conforman, es un proceso que se abre con fuerza en plena dictadura franquista, en torno a los años 60 del siglo pasado, y que se acentúa especialmente a partir de los 80. A pesar de esto, el sentido colectivo aún prevalece en el rural, cuanto menos con más fuerza que en otros ámbitos de nuestra sociedad. En un agro desestructurado, fundamentalmente desde el punto de vista productivo, encontramos el común, por ejemplo, en la importancia que aún tiene la entreayuda en la organización colectiva de fiestas parroquiales. Lo encontramos también, claro, en la fortaleza de las comunidades de montes. En sociedades, ahora sí, cada vez más individualistas –y no por cuestiones naturales o culturales, sino por motivos sistémicos y de alcance global, conviene mirar a nuestro pasado reciente. Quizás en él encontremos semillas para el futuro.

Referencias bibliográficas

  1. Fernández, L. (2016) «O atraso: éxito dun falso mito. Imaxes contra os tópicos do mundo rural e os labregos». En I. Dubert (ed.), Historia das historias de Galicia (357-391). Vigo: Xerais.

  2. El Eco de Galicia, 30.08.1851

  3. O tópico do individualismo aparece con frecuencia nos artigos de dous xornalistas galegos de grande influencia en épocas distintas, e que ademais atenderon especialmente ás cuestións agrarias: Bartolomé Calderón, nas primeiras décadas do XX, e Augusto Assía (pseudónimo de Felipe Fernández Armesto), na segunda metade do mesmo século. Para o primeiro, ver, por exemplo, La Voz de Galicia (20.02.1924, 15.06.1924, 01.09.1928 ou 14.02.1931). Para o segundo, por exemplo, La Voz de Galicia (28.08.1960, 31.08.1960 e 13.10.1963).

  4. Desde Alfredo García Ramos, xurista e xornalista que sería deputado independente por Pontevedra en 1933 (ver cita 6) ou Santiago Casares Quiroga, fundador da ORGA e Presidente do Goberno español en 1936 (La Voz de Galicia, 18.12.1923)  até galeguistas como Fernández del Riego (La Voz de Galicia, 03.11.1960; asinando co pseudónimo Salvador Lorenzana) ou Ramón Piñeiro (Piñeiro, R. (2008) «Individualismo, particularismo, cooperativismo». En Olladas no futuro (165-166). Vigo: Galaxia.

  5.  Ver, por exemplo, dúas cartas ao director publicadas baixo o título “Individualismo gallego” en La Voz de Galicia nos anos 1988 e 1994 (18.04.1988 e 02.02.1994).

  6. García Ramos, A. (1912). «Capítulo XXIII». En Arqueología jurídico-consuetudinaria-económica de la región gallega (138-140). Madrid: Establecimiento Tipográfico de Jaime Ratés.

  7. La Voz de Galicia, 20.09.2010.

  8. La Voz de Galicia, 06.26.1991.

  9. La Voz de Galicia, 03.04.2002.

  10. La Voz de Galicia, 25.07.2009.

  11. Ver, por exemplo: Villares, R. (1982). La propiedad de la tierra en Galicia (1500-1936). México: Siglo XXI; Balboa, X. (1990). O monte en Galicia. Vigo: Xerais; Cabo, M. (1998). O agrarismo. Vigo: A Nosa Terra; Díaz-Geada, A. (2013). Mudar en común: cambios económicos, sociais e culturais no rural galego do franquismo e da transición (1959-1982) (Tese de doutoramento, Universidade de Santiago de Compostela).

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